En la historia, recordamos a los amanuenses de la Edad
Media, que no sólo copiaban, sino que ilustraban bellamente los textos. También
se les daba el nombre de copistas o pendolistas. Destacaban en esta profesión
los monjes especialmente los benedictinos, que durante largo tiempo se
constituyeron en depositarios del saber humano.
Desde los inicios de la Edad Media la reproducción de
códices se verificaba en sus monasterios. En una gran sala, llamada
scriptorium, se sentaban los copistas, mientras el lector iba
dictando la obra. De esta manera se obtenían a la vez tantos ejemplares de la
misma en función del número de copistas trabajando. Una vez terminados, se
revisaban las copias y se confrontaban con el original, haciéndose las
correcciones y enmiendas que aún hoy pueden verse en muchos códices.
El aumento en la producción de libros trajo como
consecuencia la división del trabajo y la especialización de los amanuenses,
que se dividieron en preparadores de pergamino, copistas, crisógrafos e
iluminadores.
Por fortuna, se conservan muchos y valiosos códices,
escritos y miniados en los estilos de las diversas épocas, destacando los de la
Biblioteca Vaticana y Bibliotecas
Nacionales de Madrid, París, Roma, Londres, Viena, Berlín, etc.